Lucy y el Roraima
Por: Benny Tecuento
En lo alto de una montaña muy, muy alta, más alta que cualquier árbol o nube, vivía una pequeña luciérnaga llamada Lucy.
Su hogar era el Roraima, una montaña mágica con una cima plana como una mesa, cubierta de helechos gigantes y rocas antiguas que parecían haber sido talladas por los dioses.
Desde lo alto, se podían ver cascadas que caían como hilos de plata desde las alturas, alimentando ríos cristalinos que serpenteaban por la montaña.
Cada noche, cuando el sol se escondía y las estrellas empezaban a brillar, Lucy salía a volar.
Desde lo alto del Roraima, podía ver todo el mundo: los ríos serpenteando como cintas de plata, los bosques verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista y las pequeñas luces de las casas que parpadeaban como luciérnagas terrestres. Pero lo que más le gustaba a Lucy era mirar la Luna.
Una noche, mientras Lucy admiraba la Luna, sintió un suave viento que la mecía. Miró hacia abajo y vio que las nubes se reunían, formando un camino luminoso que llegaba hasta la Luna. ¡Era como un puente de plata! Sin pensarlo dos veces, Lucy se subió al puente y comenzó a volar hacia la Luna.
El viaje fue largo y maravilloso. Lucy vio estrellas fugaces que cruzaban el cielo dejando tras de sí largas colas de luz, cometas que se movían rápidamente y planetas lejanos que brillaban con distintos colores.
Cuando llegó a la Luna, era aún más hermosa de lo que había imaginado. La superficie de la Luna era suave y polvorienta, y estaba llena de cráteres que parecían enormes cuencos.
La Luna la recibió con una sonrisa. «Hola, Lucy», dijo con una voz suave y melodiosa. «Gracias por visitarme. ¿Quieres que te muestre mi jardín?»
Lucy asintió emocionada. La Luna la llevó a un lugar donde crecían flores luminosas que brillaban en la oscuridad. Juntas, recogieron un ramo de estas flores y volaron por encima de la Luna, dejando un rastro de luz a su paso.
«Sabes, Lucy», dijo la Luna, «desde aquí puedo ver todo el mundo. Veo los océanos, los bosques, las montañas… y a veces, incluso puedo oír el sonido de las cascadas del Roraima».
Lucy se sorprendió. «¿Puedes oír las cascadas desde aquí?» preguntó.
«Claro», respondió la Luna. «Suena como una hermosa canción de cuna».
Lucy cerró los ojos y escuchó atentamente. Podía oír el murmullo del agua al caer, el viento susurrando entre las hojas y el canto de los pájaros. Se sintió muy feliz y en paz.
Después de jugar y explorar la Luna, Lucy supo que era hora de volver a casa. Con un último vistazo a su amiga Luna, se deslizó por el puente de plata y regresó al Roraima.
Se acurrucó entre las hojas de un helecho gigante y cerró los ojos. Mientras dormía, soñaba con la Luna, con las flores luminosas y con todas las aventuras que las esperaban.
Fin