El tren de los cielos
Por: Benny Tecuento
Había una vez una niña llamada Linda que amaba mirar las nubes. Las imaginaba como suaves algodones de azúcar flotando en el cielo, o como barcos piratas navegando en un mar infinito.
Una noche, mirando por la ventana de su habitación, Linda susurró: «Ojalá pudiera viajar en un tren que subiera hasta las nubes y jugar con ellas». Entonces, un genio mágico escuchó el deseo de Linda e hizo aparecer afuera de su casa un pequeño tren de color azul cielo con una chimenea que echaba humo de algodón.
Linda se levantó y corrió a buscar su maleta. Empaquetó su oso de peluche, un libro de aventuras y un chocolate para el camino. Entonces, subió al tren y se sentó en una ventana. El maquinista, un señor muy amable con una barba blanca como la nieve, le sonrió y le dijo: «Bienvenida a bordo, pequeña exploradora. ¿Lista para un viaje inolvidable?»
Linda asintió emocionada. «¡Sí!», exclamó.
El tren comenzó a subir al cielo, moviéndose suavemente, cada vez más rápido. Linda se asomó por la ventana y vio cómo el mundo se iba haciendo más pequeño. «¡Mira, estoy volando!», gritó emocionada.
De repente, el tren se elevó por encima de las nubes. Linda estiró su mano y tocó una nube suave y esponjosa. «¡Es como algodón de azúcar!», exclamó.
«Así es», respondió el maquinista. «Aquí en el cielo, todo es posible».
Linda se encontró con otros niños que viajaban en globos aerostáticos. Entre ellos, una niña llamada Ely, la saludó.
«¡Hola! ¿Quieres jugar al escondite en las nubes?», preguntó Ely.
«¡Sí!», respondió Linda emocionada.
Juntas, se escondieron detrás de nubes esponjosas y se persiguieron por los cielos. Linda se sentía tan feliz que no quería que la aventura terminara nunca.
Cuando el sol comenzó a ponerse, el tren comenzó a descender. Linda se despidió de Ely y de todos los amigos que había hecho en el cielo.
«Gracias por este viaje tan maravilloso», le dijo al maquinista.
«Ha sido un placer tenerte a bordo, Linda», respondió él con una sonrisa. «Recuerda, que siempre eres bienvenida».
Entonces Linda volvió a su cuarto y se fue a acostar. Antes de quedarse dormida sonrió y susurró: «Mañana volveré» y durmió feliz esa noche.
Fin.