El dilema pascuense
Por: Benny Tecuento
Connie era una coneja de pascua muy especial. Le encantaba pintar huevos de colores, esconderlos en los jardines y ver las caras de sorpresa de los niños cuando los encontraban.
Sin embargo, había algo que siempre le intrigaba: ¿cómo sería trabajar para Santa Claus? Imaginaba deslizándose por las chimeneas, dejando regalos y llenando de alegría a los niños en Navidad.
Un año, Connie decidió que era hora de un cambio. Escribió una carta a Santa Claus, explicándole su deseo de unirse a su equipo.
Santa Claus, al leer la carta, se sorprendió mucho. ¡Nunca había recibido una solicitud así! Pero admiró la valentía y la dedicación de Connie, así que le invitó a pasar una Navidad en el Polo Norte.
Connie estaba emocionada. Llegó al Polo Norte y se encontró con un mundo mágico lleno de duendes trabajando sin descanso. Ayudó a empaquetar regalos, a cargar el trineo y hasta probó a deslizarse por una chimenea pequeña.
Sin embargo, a medida que se acercaba la Nochebuena, Connie empezó a sentirse un poco perdida. Extrañaba pintar huevos, la primavera, y sobre todo, la alegría de los niños al encontrar sus escondites.
La noche de Navidad, mientras Santa Claus sobrevolaba el mundo, Connie observaba desde la ventana del taller. Vio a los niños durmiendo, llenos de ilusión, y se dio cuenta de que su lugar estaba en la primavera, llevando alegría de otra manera.
Así que Connie decidió regresar a su madriguera y cuando llegó se sintió más feliz que nunca. Decidió que ser coneja de Pascua era su verdadera vocación.
Al año siguiente, pintó los huevos con más entusiasmo que nunca, y cuando los niños los encontraron, se sintió muy contenta.
Y así, Connie siguió siendo la coneja de Pascua más querida de todos, demostrando que cada uno tiene un papel importante en el mundo, y que hacer lo que más nos gusta nos da felicidad.
-Fin-
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