El Conejito Pastor

El Conejito Pastor

Por: Benny Tecuento

Había una vez, en un campo verde y extenso, un conejito muy especial llamado Pelusa. A diferencia de los otros conejitos que le gustaban las zanahorias y saltar, a Pelusa le apasionaban las ovejas. Le encantaba verlas pastar tranquilamente bajo el sol, escuchar el tintineo de sus cascabeles y contarlas una por una antes de irse a dormir.

Cada noche, Pelusa se sentaba en una pequeña colina y miraba a sus ovejas. Con su voz suave y dulce, les cantaba una canción de cuna para que pudieran descansar profundamente. Las ovejas lo escuchaban atentamente, con sus grandes ojos llenos de paz.

Una vez, una pequeña oveja llamada Nube con los ojos muy grandes y brillantes se acercó a él y le preguntó por qué cantaba.

Pelusa sonrió y le dijo: Porque me gusta verlas felices y tranquilas. Cuando canto, siento que las cuido y las protejo.

Nube se acurrucó junto a Pelusa y escuchó atentamente la canción de cuna. Pronto, todos los ovejitos estaban profundamente dormidos, acurrucados bajo las estrellas.

Pelusa y Nube caminaban por el bosque cuando de repente, vieron una escalera de nubes que se elevaba hacia el cielo. Sin pensarlo dos veces, empezaron a subir los escalones suaves y esponjosos.

Al llegar a la cima, se encontraron con una ciudad increíble. Los edificios eran de algodón, las calles eran ríos de nubes y, los habitantes, criaturas esponjosas y aladas.

Un pequeño ser de algodón, con una sonrisa tan blanca como una nube, se acercó a ellos y les dijo: Bienvenidos a Nubelandia. Somos los nubelinos y nos encanta recibir visitantes—.

Pelusa y Nube quedaron maravillados. Exploraron la ciudad juntos. Visitaron una fábrica de arcoíris, donde pintaban las nubes con todos los colores del mundo.

También fueron a una biblioteca llena de libros hechos de nubes, donde podían leer historias sobre el viento y la lluvia.

Al caer la noche, los nubelinos organizaron una fiesta en su honor. Bailaron entre las nubes, comieron algodón de azúcar y escucharon música celestial. Pelusa y Nube nunca habían pasado una noche tan mágica.

Antes de regresar a casa, el pequeño nubelino les regaló una nube pequeña y brillante. Llévenla con ustedes. Así siempre recordarán Nubelandia.

Pelusa y Nube guardaron la nube con mucho cuidado. Cuando regresaron a su campo, la mostraron a las ovejas. Todos quedaron maravillados con la pequeña ciudad flotante.

Y así, Pelusa y Nube nunca olvidaron su aventura en Nubelandia. Cada vez que miraban al cielo, recordaban la ciudad de las nubes y sabían que siempre podrían volver a visitarla en sus sueños.

Después de muchas aventuras, Pelusa y Nube se dieron cuenta de que era hora de regresar a casa. Habían hecho muchos amigos y vivido experiencias inolvidables, pero también extrañaban su campo verde y sus ovejas.

Con la nube en sus patas, Pelusa y Nube descendieron por la escalera de nubes. Al llegar al suelo, se sintieron un poco tristes al dejar atrás a sus amigos nubelinos. Pero sabían que siempre llevarían un pedacito de Nubelandia en sus corazones.

Cuando volvieron al campo, las ovejas los recibieron con alegría. Pelusa les contó todas sus aventuras y les mostró la nube mágica.

Todas las noches, antes de dormir, Pelusa y Nube miraban la nube y recordaban los maravillosos momentos que habían vivido en Nubelandia.

Años más tarde, Pelusa se convirtió en un conejo viejo y sabio. Ya no podía saltar tan alto como antes, pero seguía cuidando de sus ovejas con mucho cariño. Y cada noche, antes de dormir, se sentaba en la colina y miraba al cielo.

Podía ver la nube mágica brillando entre las estrellas. Y en ese momento, sabía que su aventura en Nubelandia había sido real y que siempre sería una parte importante de su vida.

Y así, la historia de Pelusa y Nube se convirtió en una leyenda entre los animales del campo.

Una leyenda sobre un conejito valiente, una oveja curiosa y una ciudad mágica en las nubes. Una leyenda que recordaba a todos que incluso los sueños más increíbles pueden hacerse realidad.

Aunque Nubelandia era un lugar mágico, Pelusa y Nube se dieron cuenta de que la verdadera magia estaba en sus corazones. Y que con un poco de imaginación, podían llevar un pedacito de esa magia a cualquier lugar.

-Fin-

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