Por: Benny Tecuento
En un reino donde las praderas eran más verdes que esmeraldas y los ríos más claros que el cristal, vivía la princesa Susana. A diferencia de las otras princesas que soñaban con bailes y joyas, Susana prefería explorar los senderos secretos de la naturaleza, donde las plantas hablaban con el viento y los animales la recibían como a una amiga.
Susana: “Buenos días, querido roble. ¿Cómo te trata el sol hoy?”
Roble: “Buenos días, princesa Susana. El sol brilla con fuerza, pero tus cuidados siempre me mantienen fuerte.”
Susana era una experta en hierbas. Conocía el nombre y las propiedades de cada planta, desde la manzanilla que calmaba el dolor de cabeza hasta la raíz de diente de león que ayudaba a la digestión. Los campesinos la buscaban cuando alguien se enfermaba y los animales heridos la llamaban con sus balidos y maullidos.
Campesino: “Princesa Susana, mi hijo tiene fiebre. ¿Podrías ayudarnos?”
Susana: “Por supuesto. Un té de manzanilla y un poco de descanso le harán bien.”
Pero una sombra se cernía sobre el reino. Una extraña enfermedad había enfermado a la gente y los animales. Los cultivos se marchitaban y el reino se sumía en la tristeza. El rey, desesperado, consultó a los sabios y adivinos, pero nadie tenía una cura.
Rey: “¿Qué haremos? Nuestro pueblo sufre y no encontramos solución.”
Fue entonces cuando una anciana, con ojos tan sabios como las estrellas, le reveló a Susana un secreto: en lo más profundo del Bosque Sombrío, crecía una flor llamada yedra azul. Se decía que esta flor tenía el poder de curar cualquier enfermedad.
Anciana: “Princesa Susana, solo la yedra azul puede salvarnos. Pero el camino es peligroso.”
Con el corazón lleno de esperanza y una mochila llena de provisiones, Susana se adentró en el Bosque Sombrío. Su fiel compañera, Nácar, una corza de pelaje blanco como la nieve, la acompañaba en esta peligrosa aventura.
Susana: “Nácar, sé que el camino es difícil, pero debemos encontrar la yedra azul.”
Nácar: “Confío en ti, Susana. Juntas lo lograremos.”
El bosque era un lugar mágico y misterioso. Árboles gigantes con rostros tallados en sus troncos los observaban con curiosidad. Un río de agua cristalina serpenteaba entre las raíces de los árboles, y las luciérnagas iluminaban la noche con su suave resplandor.
Árbol: “Princesa, el camino es largo, pero tu corazón es puro. Sigue adelante.”
Pero el bosque también era peligroso. Criaturas extrañas y sombras amenazantes acechaban en la oscuridad. Un día, mientras cruzaban un puente colgante sobre un profundo barranco, un troll hambriento los sorprendió.
Troll: “¡Nadie cruza mi puente sin pagar un tributo!”
Susana: “No tenemos nada que ofrecerte, pero necesitamos pasar. Por favor, déjanos ir.”
Nácar, con un rápido movimiento, hizo que el puente se balanceara violentamente, y el troll cayó al vacío.
Susana: “¡Gracias, Nácar! Eres muy valiente.”
Después de muchas aventuras y pruebas, Susana y Nácar llegaron a un claro iluminado por la Nácar. En medio del claro, crecía una planta de tallo plateado y pétalos que brillaban como la Nácar llena. ¡Era la yedra azul!
Susana: “¡Lo logramos, Nácar! Esta es la yedra azul.”
Con cuidado, Susana desenterró la planta y la guardó en su mochila. Luego, junto a Nácar, emprendieron el camino de regreso. Al llegar al reino, Susana creó un antídoto con la yedra azul y curó a todos los enfermos. El reino entero celebró su valentía y sabiduría.
Rey: “Susana, has salvado nuestro reino. Estamos en deuda contigo.”
Susana: “¡No se preocupe! Solo hice lo que debía. La naturaleza siempre tiene una respuesta, solo debemos escucharla.”
El reino entero celebró su valentía y sabiduría. La noticia de la hazaña de Susana y Nácar se extendió rápidamente, y pronto, el reino volvió a florecer. Los campos se llenaron de cultivos verdes y saludables, y los animales recuperaron su vitalidad.
Rey: “Susana, has salvado nuestro reino. Estamos en deuda contigo.”
Susana: “Solo hice lo que debía. La naturaleza siempre tiene una respuesta, solo debemos escucharla.”
El rey organizó una gran fiesta en honor a Susana y Nácar. Los campesinos, los nobles y todos los habitantes del reino se reunieron para celebrar. Hubo música, danzas y un banquete con los mejores manjares.
Campesino: “¡Viva la princesa Susana! ¡Viva Nácar!”
Noble: “Gracias a su valentía, nuestro reino está a salvo.”
Durante la fiesta, la anciana que había revelado el secreto de la yedra azul se acercó a Susana.
Anciana: “Princesa, has demostrado un gran coraje y sabiduría. La naturaleza te ha recompensado.”
Susana: “Gracias, sabia anciana. Sin tu guía, no lo habría logrado.”
La anciana sonrió y, con un gesto mágico, transformó la yedra azul en un hermoso amuleto que Susana podría llevar siempre consigo.
Anciana: “Este amuleto te recordará siempre la conexión especial que tienes con la naturaleza.”
Susana aceptó el amuleto con gratitud y lo colgó alrededor de su cuello. Desde ese día, continuó explorando los secretos de la naturaleza y ayudando a su pueblo con su conocimiento de las plantas y su amor por los animales.
El reino prosperó bajo el reinado de un rey sabio y una princesa valiente, y la historia de Susana y la yedra azul se convirtió en una leyenda que se contaba de generación en generación.
Y así, en un reino donde las praderas eran más verdes que esmeraldas y los ríos más claros que el cristal, la princesa Susana y su fiel compañera Nácar vivieron felices, siempre en armonía con la naturaleza.
Fin.