La montaña de cristal
Por: Benny Tecuento
Había una vez una niña llamada Sofía que se sentía muy aburrida. Miraba por la ventana, pero el día parecía gris y sin vida. Sus juguetes ya no la divertían y los libros que tanto le gustaban ahora le parecían aburridos.
De repente, un destello de luz iluminó su habitación. Sofía se acercó a la ventana y vio a una pequeña criatura flotando: era Luminaria, el hada más brillante que jamás había visto. Tenía el cabello como hilos de plata y un vestido que parecía tejido con estrellas.
— ¡Hola! ¿Por qué estás tan triste? — preguntó Luminaria con una voz suave y melodiosa.
Sofía le contó a Luminaria lo aburrida que se sentía. Luminaria sonrió y le dijo:
— ¡No te preocupes, Sofía! Yo haré que tu día sea muy divertido. ¿Te gustaría venir conmigo a mi mundo?
Sofía asintió emocionada y, con un aleteo de sus alas, Luminaria la llevó a un lugar mágico lleno de luz. Era una montaña que parecía hecha de cristales, que brillaban con todos los colores del arcoíris bajo la luz de la luna. Los picos más altos tocaban las nubes, y cascadas de agua cristalina se deslizaban por sus laderas, creando un arcoíris líquido en su caída.
Caminaron por senderos de nieve que brillaban como diamantes, y cruzaron puentes de hielo que se balanceaban suavemente con el viento. Las paredes de las montañas estaban adornadas con extrañas y maravillosas formaciones rocosas que parecían esculpidas por gigantes. En las profundidades de las cuevas, brillaban cristales de colores que iluminaban el camino.
Sofía se sentía como si estuviera caminando en un sueño. La montaña era un lugar de paz y tranquilidad, donde el único sonido era el murmullo del viento y el suave goteo del agua. Luminaria se posó en el hombro de Sofía. «Bienvenida a la Montaña de Cristal, Sofía», dijo con su voz melodiosa. «Aquí, los sueños se convierten en realidad».
Luminaria y Sofía jugaron a esconderse entre las luces, se balancearon en las ramas de los árboles luminosos y se deslizaron por un arcoíris que cruzaba el cielo. ¡Sofía se sentía más feliz de lo que jamás había estado!
Al final del día, Luminaria llevó a Sofía de vuelta a su habitación. Antes de despedirse, Luminaria le dijo:
— Recuerda, Sofía, la magia está en todas partes, solo tienes que abrir bien los ojos y el corazón.
Desde ese día, Sofía nunca volvió a aburrirse. Cada vez que se sentía triste, cerraba los ojos y pensaba en Luminaria y en su mundo mágico. Y cuando miraba al cielo por la noche, buscaba la estrella más brillante, sabiendo que era Luminaria cuidándola.